jueves, 17 de febrero de 2011

¿¡POR QUÉ!? - gritó el niño.

Nadie le contestó. Ni siquiera se giró. No entendía porque debía seguir corriendo, huir y a la vez perseguir, no llegaba a comprenderlo. Pero llevaba mucho tiempo haciéndolo. Estaba agotado, las piernas le flaqueaban y las rodillas le desfallecían. El pecho le dolía y le faltaba el aliento. Confuso, asustado, deseaba que todo eso acabase. Que volviese al punto de partida para poder coger ventaja de la situación. Seguía corriendo, sin ver nada delante suyo ya, le había perdido la pista, se había desmarcado. Y él se encontraba ahí solo, sin saber como seguir ni porque. Solo buscando el anhelo de aquello que lo llenaba. Esa reciprocidad... Exactamente eso....

El niño se detuvo, y cayó al suelo de rodillas. Le sangraba el alma por dentro y él lo sabia. Nadie más lo vería, nadie más lo volvería a escuchar. Estaba solo. En ese momento el niño se convirtió en adulto.

Se incorporó y siguió corriendo. Buscando aquello que había perdido.

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